Sucio difícil


Kalman Barsey - El Nuevo Día - Revista Domingo, Pág. 18 – 2 de septiembre de 2001

Leo con sorpresa la siguiente noticia: se está considerando seriamente eliminar del mercado los jabones y productos de limpieza antibacteriales por ser dañinos para la salud. Criarse en un mundo demasiado aséptico tiene el paradójico efecto de impedir el desarrollo normal del sistema inmunológico. Un niño criado así será un minusválido, comparado con sus compañeritos que han comido tierra, insectos y cosas peores durante el primer año de vida. Un joven pediatra amigo mío, padre de niños pequeños, me cuenta que él no esteriliza el bobo cuando se cae al piso en Plaza Las Américas. "Me lo paso por la camiseta para limpiarlo un poco y se los meto de nuevo en la boca -me cuenta-. Pero no se lo puedes decir a mi esposa". Mucho antes de descubrirse el sistema inmunológico, ya la gente de antes lo sabía. A los infantes los ponían a gatear en el batey, "pa' que comieran tierra". A su modo, tenían razón: los niños que sobrevivían las escalofriantes tasas de mortandad de aquellos años tenían, efectivamente una salud de fierro.

Ni tanto ni tan poco con esto de la higiene. Pero, ¿cuánto es poco y cuánto es mucho? En gran medida, la respuesta está dada por la cultura de cada uno. Es decir; también "sucio" y "limpio" –como casi todo lo demás que tiene que ver con la vida del ser humano en sociedad- están culturalmente regidos y se conforman a determinados códigos. Este asunto tiene más ángulos de lo que parece. Cuenta Salman Rushdie que a los indios y paquistaníes les parece asquerosa la costumbre occidental de limpiarse con papel, aunque sea de la marca "Charmin": ellos necesitan lavarse. En Marruecos, los buenos musulmanes consideran "sucia" la mano izquierda aunque esté limpia. Cenando en casa de unos amigos, en Marrakesh, noté sonrisitas nerviosas. Yo maniobraba con ambas manos el pan con que se coge la comida. Más tarde me explicaron: la derecha es para comer: la izquierda, para limpiarse el trasero. Esa es la Ley y usar una mano por la otra o viceversa constituye blasfemia. ¡Alá tenga piedad de los zurdos!

En esto de la higiene, Europa y América (me refiero al continente) están separados por el océano Atlántico de una percepción diferente en cuanto a lo sucio. La cosa se remonta a épocas de la Conquista. Afirman algunos cronistas de Indias que aquellos primeros conquistadores venidos de las aldeas de Extremadura sin agua corriente y sin inodoro, tenían su propio tufo ibérico como arma secreta. Además del caballo, la pólvora y el acero, contaban con el recurso de airearse los sobacos para espantar al enemigo. Piénsese en nuestros pobres antepasados taínos, todo el tiempo bañándose en ríos y quebradas, al toparse por primera vez con nuestros antepasados españoles. Para sus desacostumbradas narices, el hedor de aquellos forasteros debía parecerles una evidencia más de su origen sobrenatural.

En general, algunos criterios de higiene personal europeos resultan "sub-standard" para los habitantes de las Américas, como puede comprobarlo cualquiera que inhale en el Metro de París o vaya de tiendas a El Corte Inglés, a distancia axila del público general. Quien haya viajado por Europa con poco dinero y por su cuenta, sabe que allá un cuarto de hotel no incluye necesariamente el baño privado. En París, son muchísimos los que viven todas sus vidas sin baño privado y resuelven en casas de baño públicas, donde por pocos francos se dan un buen duchazo cuando alguna ocasión especial así lo exige. Muchas viviendas presentan soluciones intermedias. No tienen bañera ni ducha, pero sí tienen un pequeño lavamanos y el inodoro común al final del pasillo. De este modo, los europeos han desarrollado una gran gama de matices intermedios o parciales del baño total y absoluto. Por empezar, está la ablución mañanera en el lavamanos. Mucho más barroca que la nuestra, incluye limpieza de orejas y detrás de ellas; con extracción de cerilla mediante la punta retorcida de una toalla húmeda. Luego viene el lavado del cuello (con jabón) y las axilas. Se dice fácil, pero, bien hecho, hace falta destreza y sabiduría. Se trata de lograr que el chorro de agua llegue a la cavidad debajo del brazo, pero sin inundar todo el piso. Con esto ya está bien para ir al trabajo: así como hay matices Y categorías alternas al baño total, también los hay para los grados de limpieza, de acuerdo con la ocasión. Es importante no exagerar. Para ir a la oficina, con lo anterior es más que suficiente; de fábricas y talleres, ni se diga.

La categoría de limpieza que sigue es sencilla, en caso de tener un bidet; en el lavamanos también se puede, pero es un operativo de alto riesgo que exige, además, notables dotes de agilidad y equilibrio. Se trata del agradable baño de asiento y chapoteo de las partes privadas en la sinuosa taza -con o sin jabón, según las exigencias sociales del caso. Se debe finalizar con un vigoroso golpe de agua del surtidor para despejar la laxitud del baño de asiento y tonificar las partes, de preferencia con agua fría. Este nivel de higiene personal, de acuerdo a los códigos europeos, sólo sería necesario en el caso de encuentros personales más íntimos, y cuidado. Ir a trabajar así higienizado resulta innecesario, cuando no sospechoso.

Otra discordancia importante entre Europa y América en cuanto a los criterios de limpieza es en lo que se refiere a la ropa. Allá no usan los servicios de lavandería como acá usamos el "laundry", que en un año gastamos como veinticinco o treinta veces el precio de compra de la ropa en limpiarla. De acuerdo con los criterios de sucio / limpio europeos, la ropa no está sucia si los ojos la ven limpia. La nariz en este caso, al revés de los vinos, no cuenta para nada. Este es un criterio que tiene su historia. En su origen, la ropa interior se inventó para evitar que el cuerpo ensuciara las lujosas vestiduras de antaño, que no resistían el lavado. El cuerpo se lava; la ropa no. Al parecer, algo de esto permaneció en la memoria colectiva europea; son cosas que no se olvidan. Napoleón, de regreso de sus campañas militares, enviaba un mensajero a Josefina semanas antes de su arribo: "No te lave pas. J'arrive". Nostálgico de los efluvios del requesón de cabra de su Córcega natal, le prohibía a su esposa que se cambiara de enaguas.

En Puerto Rico, con esto de bañarse, caemos en lo que para otras culturas sería una exageración. Mi humilde hipótesis es que -al igual que en el asunto de las comidas- hemos sumado a la costumbre criolla del baño la obsesión de los gringos por la asepsia. Así como en unas culturas la limpieza es un asunto moral y en otras una cuestión de modales, en los Estados Unidos el criterio de higiene personal es un producto de la industria publicitaria. Según éste, cualquier olor artificial es preferible al de un ser humano, por limpio que esté. Se trata de deshumanizar para mejor vender desodorantes, perfumes, jabones y detergentes. Tan poderosa ha sido esta campaña en pro de la asepsia que cinco generaciones de varones se han dejado cortar su prepucio y el de sus hijos por alegadas razones de higiene. Yo, que soy un europeo criado en la Argentina y trasplantado boricua, no voy a hablar de mi prepucio. Sólo diré que, por las razones culturales mencionadas, sufro el constante hostigamiento de mi familia porque no me baño suficiente; sólo dos veces al día, por la mañana y por la noche. Ellos, boricuas bonafide, se bañan constantemente: cuando van a salir; cuando llegan, antes de comer, después de la siesta, para sentarse a estudiar; para quitarse el "stress", por alguna buena noticia, porque hace calor, porque están aburridos o porque tienen tristezas, alegrías, pensamientos pecaminosos, crisis sentimentales, lo que sea. Toda ocasión es buena para un duchazo. ¿Sucio difícil? Depende del cristal con que se mire.

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